miércoles, 25 de agosto de 2010

Salotto

La recomendación de este restaurante me llegó de rebote. A mi jefe se lo recomendaron como un lugar ultra-super-recontra-chic y bueno, pues era necesario dar con él para conocerlo. La primera oportunidad de asistir, la cambié por el Harvey’s con el asqueroso resultado ya comentado en otro review.


En fin, me dí a la tarea de dar con el restaurante y no fue nada difícil. Los buscadores de restaurantes tienen la herramienta para buscar restaurantes por tipo de cocina y precio y bueno, así dí con el.


El lugar está en la calle de Moliere, número 44. La fachada me recordó esta nueva tendencia de los jardines verticales particularmente de Londres y el que tiene este restaurante en la fachada, no le pide nada a los mas chingones que me ha tocado ver. Me tocó llegar al lugar (hice reservación por aquello del no te entumas) y para mi sorpresa la recepción estaba vacía. Tienen una especie de salita que aparte de dar vista no me parece que tenga otra función. En fin, subimos las escaleras y llegamos al salón principal y estaba vacío (viernes, 8:45). Como diría mi papá: ya-se-lo-llevoooo-la-chingaaaaaada.


El ver un restaurante tan vacío da como cosita. Pero en fin, había que darle una buena oportunidad para conocer una nueva opción, puesto que, cuando menos en México las ofertas de cocina Italiana son exhaustivas, pero en general de calidad regular o mala. Pastas y pastas sin gracia.


Llegó el señor mesero y en general el equipo se ve bien entrenado, pero mal sincronizado. Tienen de esos detalles en donde pides algo de tomar y ves al barman prepararlo rapidísimo; lo dejan en la barra y esperan que lo lleves a tu mesa como ese anuncio de Coca-Cola en donde dos enfermos en un hospital, a base de telequinesis se traían dos cocas y después a un par de enfermeras de nada malos bigotes que pasaban por ahí.


Después de los primeros aperitivos, vino “la cortesía con la que el Cheff les da la bienvenida”. Fue un mousse de zuchini con hoja de hierbabuena que no tenía madre y unas croquetas de risotto con queso que estaban fantásticas.

La carta es celosamente italiana, con unos toques mediterráneos que, a mi gusto, rayan en la perfección. No hay mucho de dónde escoger pero lo que hay está perfectamente bien seleccionado para crear una carta balanceada que estoy seguro que satisfará cualquier antojo. Existen los platos del día o de la temporada como sugerencia del Cheff. En cuanto a la selección de vinos, solamente los hay Italianos. Yo no estoy muy familiarizado con las etiquetas de ese país, así que tuve que pedir un poco de ayuda a los meseros.


Mi selección fue: Trío de Crudos y un Pescado Escolar en Salsa de Almejas; la dueña de mis quincenas y aguinaldos pidió una Insalata di Frutti de Mare y unas Ostras Tibias. El resultado fue este: El Trío de Crudos no es otra cosa que una degustación de tres platos que se ofrecen como Antipasti. Está servido en un plato grande en donde acomodan cada uno de los tres platillos. El primero es un pescado blanco con unas plumas de cebolla morada y cubos de jitomate; el segundo, un atún cortado en cubos en una salsa como de jitomate deshidratado con un toque de picante; y el tercero, es un poco de filete de res sin un carajo de grasa, cortado en cubos. Cada uno de ellos traía su propio crutón y vegetales asados, solamente para acompañar. El plato es presentado con tres sales diferentes: la primera, que es sal negra y que es para acompañar el atún; sal roja para acompañar la carne; y sal blanca para acompañar el pescado blanco.


El sabor de los tres crudos es algo excepcional. Los tres están ligados con un aceite de olivo de muy buena calidad y el balance de los sabores realza a la perfección al ingrediente principal. El toque de la sal termina por rematar en donde al masticar los bocados, de repente encontramos un granito de sal para morder y al momento de mezclarse pasa lo que le pasó a Remy en Ratatuille; una sinfonía de sabores solo descriptibles a base de colores y música.


En cuanto a las sales, dirán algunos lectores: no maaaaaaaaaa!!!!! No es chiste. Yo he invertido un mundo de dinero en sal y pimienta. La sal negra que tengo al igual que la roja, provienen de Hawaii. El color no es artificial, sino que los minerales volcánicos se los dan y si tienen un sabor peculiar. La sal roja, por ejemplo, tiene un toque como a tierra húmeda; la negra recuerda a la ceniza. Por ello, cuando vayan a un restaurante y sientan que al plato le falta una nota de sabor, pidan a la cocina sal de grano. Con suerte les darán Fleur de Sel o Sal Maldon. Creanme, no tienen madre.


La Insalata di Frutti di Mare de la libanesa estaba verdaderamente sensacional. Unos toques mediterráneos brindados por la frescura de buenos mariscos cocidos al punto, aceite de olivo extra virgen y un poco de jitomate en cubos, con un toque de albahaca. La temperatura del plato era tibio y sus sabores eran poéticos. La libanesa consideró que el plato era carente de sabor y por tanto pidió a los meseros que el Cheff resolviera el capricho, lo cual logró en extremo positivo. De entrada no alteró él la naturaleza del plato, sino que envió a la mesa un par de vinagretas que, a su parecer, realzaban los sabores y combinaban bien. La primera era de balsámico, la cual a nuestro parecer le rompería irremediablemente la madre al plato y la segunda, estaba hecha a base de vinagre de sidra, cuya acidez logró acentuar los sabores a gusto de mi esposa. Para mí estaba muy bien así.


Llegó mi pescado. Uuuuuuuta. Es un Escolar (así se llama el pez, pueden comprarlo en el Puerto de Santander en el Mercado de San Juan) cocido al vapor por 12 horas y en un caldo verde con almejas que, sinceramente, lo pone dentro de los mejores pescados que he probado en mi vida. La textura del pescado era impresionante; no perdió nunca su firmeza, pero era suave a punto de cremoso que realmente no tenía madre. El caldo verde era un fondo de pescado hecho a la perfección; es decir, que sabe a pescado pero que dará la nota de sabor que jamás predominará sobre el ingrediente principal del plato (en este caso el Escolar) con unas almejitas blancas que dan esa nota de terrosidad, impresionante. No quería que se acabara este festín, hasta que llegó el caballero patinador (ese pedacito de pan que con el tenedor se pone a patinar en el plato hasta dejarlo tan limpio como después de que lo lamió un perro).


Las ostras tibias de mi esposa, tenían una espuma de limón y le sirvieron nomás 4. Así que bajarle una se me hacía muy gacho y por tanto no les comentaré a ese respecto.


No podía yo dejar pasar la oportunidad de probar una pasta hecha en casa; así que pedí un platito de fettuccini a la arrabiatta que solamente mereció dos tenedorazos para regresar a la cocina así. Estaba bastante mala.

En cuanto al vino, pedí un Fiero 2007, blanco, que estaba muy bueno. El problema fue que cuando lo pedí al mesero, fue a sacarlo de la cava y estaba a temperatura ambiente. Entonces, hubo que enfriarlo y para el momento en que estaba en la temperatura ideal, estaba ya en el último empujoncito del caballero patinador antes descrito. O sea, realmente faltó ese punch del vino para una cena tan sublime.


El postre fue otra experiencia increíble: unos Canoli, que son como canutillos de pasta delgada y rellenos de queso, bañados con un poco de chocolate. Aaasuumaaadre.


En cuanto al precio calidad, pagué una cuenta que no me dolió en lo absoluto y que con gusto volvería a pagar. A Capulina seguramente se le haría carísimo además de que se bajaría la comida con Bacardí.


En fin, realmente espero que el restaurante se sostenga con esa calidad.

1 comentario:

  1. Creo que el Salotto es por mucho también uno de mis lugares preferidos para comer. La proxima vez prueba el cabrito, Tiene un sabor espectacular y acompañalo de la pasta Salotto, al ser la de la casa tiene un sabor sobervio pero delicado.
    La noticia es que la última vez que fuí ya estaba mucho más lleno. Y me da gusto, mucho gusto.
    ¡Me encanto tu blog! y la idea que tienes aca de describir de mi segundo placer favorito comer, aquí entre nos el otro es con "g".

    Saludos Ghaêl M.

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