“Pa' qué tanto brinco, estando el piso tan parejo”. Dicho popular mexicano usado muy a menudo por la Libanesa.
Y bueno pues después de no escribir por un largo tiempo por falta de tiempo y con ánimo de ponerme al corriente con todos los reviews que tengo pendientes, les comparto mis impresiones de Dulce Patria, restaurante harto prometedor para el paladar de japoneses, gringos intrépidos y demás turistas curiosos.
El párrafo anterior es elocuente y en sí es una síntesis de lo que describo a lo largo de este review, así que los indignados por mi atrevida aseveración, es tiempo de que salgan de esta página y vayan a otra más interesante. Agradezco a los que permanezcan dedicándome unos minutos de su tiempo.
Pues bueno, la visita al restaurante fue el día de ayer con Ricardo Cata, abogado de origen cubano, de nacionalidad estadounidense, que se encontraba en la Chilangópolis para cumplir con una invitación hecha por mí con mi carácter de Presidente de la AMEDESEF: dar una conferencia acerca de las Class Actions en el gabacho. Y así, con ánimo de llevarlo a un restaurante impresionante escogí Dulce Patria, aprovechando la ocasión para conocerlo, pues en todas las oportunidades que tuve para hacerlo, siempre se apestaron.
Llegué al restaurante a las 19:00 horas y Ricardo, con puntualidad británica, estaba llegando también. Tenía hecha la reservación desde hace 15 días, misma que fue confirmada por la hostess del restaurante el mismo día. Y es que al tener la mesa reservada hacía 15 días, era para que me hubiera sido asignada una mesa bien ubicada. La que nos fue asignada, está en una pequeña terraza cubierta en donde NO se puede fumar, pero si entra el airecito helado, se oyen las mentadas de madre de Mazaryk y entra el humo de cigarro de los lords que componen el diestro equipo del valet parking. Es decir, que a veces el sacrificio que uno hace para fumar y que es soportar el ruido de la intemperie, aquí es un castigo inmerecido en donde no se recibe nada a cambio.
La verdad es que no quiero parecer viejito cascarrabias, pero cuando vas a un restaurante en donde te cobran mucho, cuando menos buscas que lo que recibes valga mucho la pena.
A nuestra llegada el restaurante estaba prácticamente vacío y al pasar el tiempo se llenó a reventar. El lugar está decorado con muy buen gusto, pero a mi parecer existe una discordia entre el concepto del lugar y su decoración. La música ambiental, se me hizo horrible (salsa y cumbia).
Llegó una mesera muy amable a quien pedí un Martini seco, con Grey Goose (estoy a dieta, así que Glorioso Tequicheve está prohibido). Algo hay de este lado del Río Bravo que los martinis (los tradicionales, vaya) nomás no se puede tomar uno bueno. En el Distrito Federal los he tomado excelentes en el Puntarena de San Ángel y en el San Ángel Inn (en ese orden), y nada más. Pues aquí el martini estaba ahí 2-2, además de que la copa martinera estaba bastante díscola, a comparación de los martinis de los otros dos lugares mencionados. En fin.
La misma mesera se aprestó a ver nuestros deseos culinarios, a lo cual le pedí las recomendaciones del día, así como la especialidad de la casa, a lo cual recibí la temida respuesta: “uuuuuuuuuy señor, es que aquí todo es buenísimo” y de ahí se arrancó con una cantidad de información impresionante, no sin antes preguntarme si como picante (de hecho sí lo hago, y mucho, pero no para degustar una cena gourmet). Confirmo que se sabe de memoria la carta, pero no es eso lo que distingue a un mesero de excelencia como pueden encontrarse en Tezka, Jaso o Bellinghausen, por ejemplo. Así que más buen tuvimos que seguir nuestro instinto.
Yo me aventé por una sopa de ejotes tiernos y un pato en mole oaxaqueño. Ricardo pidió una sopa de frijol negro con foi gras y un pescado que no recuerdo bien y no probé (obvio en comida de negocios no me pongo a compartir platos, además de que se vería muy puto). El resultado de mis experiencias con los platos, fue la siguiente:
La sopa de ejotes tiernos estaba deliciosa. El plato sopero es presentado en el fondo con unos ejotes blanqueados, unos granitos de elote me parece y tortilla en juliana. Después el mesero se encarga de llenar el plato con una jarrita monísima. Y sí, el sabor de la sopa era buenísima pero muy a lo Anton Ego, me hizo evocar a mi casa; a mi mamá que hacía unas sopas verdaderamente deliciosas.
En cuanto al pato con mole oaxaqueño, estaba servido en timbal con un plátano macho frito como en tripié; y realmente el plato estaba presentado perfectamente. El sabor del mole era muy bueno y el pato, pues también. Acompañar los bocados de pato con un poquito del plátano macho, lo hacían delicioso.
Me dieron unas tortillas para acompañar el pato, que estaban hechas a mano y verdaderamente exquisitas.
Maridé mi comida con un vino tinto Ensamble 2006, que le roncaba.
Y por más que me rasco la cabeza no puedo ser más elocuente con lo que me comí. Mis puntos de referencia honestamente pertenecen a la cocina mexicana que se da en otros lados: desde la casa de mi mamá en donde las sopas eran buenísimas, hasta el Club España de Xochimilco en donde me he comido el mejor mole oaxaqueño que haya probado en mi vida, después de haber probado el mole por todo Oaxaca y Puebla. Las tortillas hechas a mano del Mercado de Coyoacán, son algo excepcional.
Pero mi mejor referente de cocina mexicana, es un restaurante llamado Los Barandales en Cuautla (al entrar a Cuautla por la carretera Tepoz-Cuautla, dar vuelta a la izquierda hacia Yecapixtla y a unos 1500 metros, del lado izquierdo, ahí está) que nació de la improvisación de un garage como restaurante y sin grandes pretensiones, la comida es algo impresionante.
Así, probablemente la virtud del lugar sea justamente eso: concentrar en un mismo lugar la cocina mexicana con una excelente calidad, sin necesidad de estar yendo a casa de mi mamá e inmediatamente después ir al Club España de Xochimilco. Pero, el vuelo y el concepto que a mi parecer se le ha dado al lugar, es lo que no cuadra. Ni los precios, vaya.
Cuando comenté con Ricardo mi parecer, complementó mi comentario con un hecho similar que ocurre en Miami: hay restaurantes de comida cubana “gourmet”. Es decir, es una antítesis.
No puedo dejar de comentar que inevitablemente me vienen a la cabeza Paxia y Pujol. En ambos casos me parece que la concepción de la cocina junto con su aproximación a la gastronomía nacional, hace un todo congruente. El Bajío logra su cometido también.
Quiero dejar claro que cené muy bien; delicioso. No critico la cocina en sí. Mi opinión va más bien hacia la integración conceptual del lugar, en donde hay factores que no empatan entre sí.
A nuestra salida, confirmé lo que arriba mencioné: la mayoría de las mesas estaba compuesta por el anfitrión (mexicano, como yo) y los invitados extranjeros cuyas nacionalidades que pude detectar, eran asiáticos (japoneses y chinos), gringos y alemanes.
I have raised my case!!
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