Ayer fue un día curioso. Tuve una comida de negocios y la persona con la que comí afortunadamente escogió La Coyoacana que me queda muy cerca de mi oficina, pues debía de regresar a tiempo para seguir con una cantidad de trabajo impresionante (estudio de la cobertura Blanket, para los avezados). Aparte realmente se me hizo atractivo el hecho de ir a comer una sabrosa torta, pues ahí en esa cantina tenía el recuerdo de que fueran buenísimas, pero la verdad es que siempre que llegué a comerlas ahí, ya estaba bien pedo y en ese estado prácticamente todo sabe a gloria.
Cabe comentar que soy fanático de las tortas, pero las de esquina; las de puesto de lámina. Particularmente tengo un enorme gusto por la de milanesa con quesillo, pero lo artesanal es que la milanesa debe de ser de carne de quinta calidad, frita en aceite de varios días y demás pormenores que logran un sabor excepcional. La mayonesa, el aguacate y las rajas de chiles jalapeños en vinagre son el complemento ideal para darle a la torta el mejor sabor, además de los ingredientes que cada locatario utilice para distinguir sus tortas.
Cabe mencionar que la torta celestial la comí en la carrera, enfrente de la Universidad Anáhuac del Sur, en donde había un puesto de lámina y las tortas eran las mejores que hasta esta fecha he probado. El grandísimo problema es que el tortero se fue de mojado al gabacho y quedó el puesto a la deriva y no se qué pasó de el. Después de esa las memorables son las de la esquina de Miramontes y Acoxpa (las Muertortas) y unas que acabo de descubrir que se llaman Hipódromo que están enfrente del monumento a Álvaro Obregón que están increíblemente deliciosas. Las del Capricho, La Castellana, el Monje Loco y demás, son referencias de tortas fresas que rompen justamente con el tema de la torta: es callejera.
En fin, pues acudí a la Coyoacana con el antojo de una torta de milanesa con quesillo que me la había comido en ocasiones anteriores cuando ya andaba en estado incróspito y me había sabido a las mil maravillas. El resultado de mi visita es la siguiente:
El lugar está en donde antes era la Guadalupana, en Coyoacán. Hicieron un concepto bonito en donde la parte interior guarda el sabor de la clásica cantina, mientras que la terraza es tipo lounge que rompe con el esquema y aparte es el lugar de fumadores. Está muy bonito.
Cuando llegué al lugar, mi amigo Raúl ya me estaba esperando en una mesa de la terraza y me senté a modo de que me quedaba de frente la estación de servicio de los meseros (lugar donde ponen cubiertos, platos, saleros y demás) que a un lado tenía la puerta de entrada a la cocina. Pues me tocó ver salir a un mesero de mala facha con un plato de sopa en la mano izquierda. No sé por qué, pero algo que parecía cotidiano atrajo mi atención. Pues me tocó ver como el pinche orangután subió su mano derecha a la altura del plato que llevaba con la otra mano y haciendo un puño con todos los dedos pero dejando el índice bien paradito, introdujo el susodicho dedo en la sopa, lo dejó un par de segundos, lo sacó y con la gracia de un orangután, se limpió el dedo con el trapo que le colgaba del lado derecho. Supongo que quería verificar la temperatura de la sopa.
En automático me acordé de un chiste que me contó mi jefe hace muchos años: Que un mesero va caminando un un plato de sopa con el dedo adentro a lo cual un parroquiano le inquiere: Pero qué le pasa? Por qué mete el dedo en la sopa? El mesero amablemente contesta: Pues fíjese que tengo una reuma en el dedo y el tenerlo calientito me alivia el dolor. El parroquiano, indignado, le contesta: Pero por qué no mejor se mete Usted el dedo en el culo? y el mesero, con dulzura y amabilidad contesta: ahí lo tenía antes de traerle su sopa.
Volviendo a la Coyoacana, después del incidente del dedo en la sopa, el mesero puso por un lado la sopa. Tomó un bolillo y así a mano completa lo tomó y con otra lo rebanó con el cariño y delicadeza con la que un policía judicial trata a cualquier cristiano. Dispuso de un par de lonjas de pan, las puso por un lado de la sopa y así, como si nadie hubiera visto nada, se fue caminando hasta entregarle a un pobre parroquiano su sopa quien con avidez, le dio una gran cucharada para saciar su hambre.
El momento que les narro no duró mas de 15 segundos. Los suficientes para causarme náuseas.
En fin, llegó otro malencarado mesero a tomarnos la orden y fui congruente con mi antojo y pedí mi torta de milanesa con quesillo, queriendo olvidar el incidente que ya le había platicado a Raúl y también puso una cara de asco impresionante. Me comentó si avisábamos el hecho al Capitán a lo que le sugerí que mejor al terminar, puesto que hay dos personas con quienes JAMÁS te debes de pelear: el mecánico y el mesero. El primero porque puede ponerle en su madre a tu coche y el mesero porque, donde nadie lo ve, puede hacer cosas impensables con los alimentos que uno se llevará a la boca.
En fin, pedí mi torta y llegó mas o menos a los 20 minutos. Demasiado para una torta. Al llegar examiné que tuviera el quesillo bien derretido y mi sorpresa fue que no tenía, a lo cual llamé la atención del mesero avisándole de mi inconformidad. Malmodiento, tomó el plato con la torta y se dirigió a la cocina. Regresó unos cuantos segundos después, para decirme "ira bien, si tiene el quesoooo", a lo cual tomé con el índice y el pulgar el pan que cubre la torta, la levanté y vi el quesillo adherido al pan; al momento de bajarlo nuevamente, el inquisitivo dedo de este hijo de la chingada aún estaba ahí, por lo que en el viaje de regreso el pan hizo contacto con su amable dedo. "Ya vistessss?" me preguntó con cara de que le había yo robado unos momentos importantes de su vida y que mi osadía de cuestionar su honorabilidad, ética y responsabilidad, había transgredido todos sus límites. Desde luego, el pinche orangután destapó mi torta con la mano, prescindiendo de cualquier medida de higiene.
Hay momentos en los que uno está conectado en otro canal y las reacciones no son tan impulsivas como se desean (y de hecho, son las correctas), sino que por el contrario, uno como consumidor actúa como si estuviera recibiendo un favor de alguien encima de que pagará por el. Eso me pasó. Me pasmé y seguí con mi tema de negocios, por lo que comí a total disgusto de mi torta que dicho sea de paso, estaba bastante mala.
La Coyoacana es un lugar que hace alarde de una cantina sofisticada que tiene a meseros con uniforme y demás. Eso hace pensar al consumidor que se encuentra en un restaurante en donde las medidas higiénicas deben estar garantizadas incluyendo la manipulación de los alimentos por los meseros. Es por eso que a ese lugar jamás regresaré. Hoy lo veo como un lugar para valientes que les vale madre lo que se meten a la panza y lo que puede ocurrir entre la cocina y la mesa.
Es un buen lugar para Capulina, pues aquí es garantía que el Bacardí pega fuerte, los hielos están bien fríos y la Coca está a toda madre, todo ello a muy buen precio.
Puaaaaajjjjjjjjj!!!!
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