jueves, 27 de enero de 2011

Zipango. Un lugar hermoso en donde se come asqueroso.

Zipango para mi, por sí solo, es un nombre que me llena de recuerdos. Cuando estaba en plaza Escenaria, en su primera versión, ahí me la vivía en el reventón. A grado tal, que mi viejo me decía Zipaldo.

Cómo no recordar a mis cuates de la universidad, todos recién salidos y con lana en la cartera que nos hacía gastar en unas pedas buenísimas. Andy el saxofonista tocaba de pocamadre. Inolvidable, el Abuelo, que estaba en los baños y que siempre era eufórico al saludarme a mi y a todos los parroquianos que asistíamos asiduamente de miércoles a sábado, religiosamente, como si fuera a misa.

Zipango cerró sus puertas un buen tiempo. La razón, me parece, fue la que obliga a muchos lugares a cerrar: pasan de moda y se convierten en un gasto más que en un negocio.

Hace poco mi amigo Raúl me comentó que el lugar había abierto nuevamente sus puertas, en donde estaba el restaurante Maunaloa. Me dijo que el lugar está buenísimo para ir a tomar una copa y que se veía a todo lo que da el restaurante. Así, con esa recomendación, me fui con mi amigo Raúl, mi compadre Cobián y Don Mati (lindo viejecito dicharachero) a comer.

El lugar es algo verdaderamente hermoso. Está construido en desniveles, en donde aprovecharon una gran pared de roca volcánica para poner la contrabarra y aprovecharon las enredaderas para dar una visión sumamente integrada a una arquitectura elegante y sobria. Es algo ecléctico logrado por no sé que arquitecto que vale la pena ir a ver.

Nuestra cita fue el viernes pasado, a las 3:00. No sobra decir, que para que no hubiera problema, hicimos una reservación.

Llegué unos minutos después de Raúl y Don Mati y el restaurante estaba lleno.... de aire. Eramos los únicos en el lugar y aunque recibí la sugerencia de mis dos acompañantes para movernos a otro lugar más concurrido, les pedí quedarnos ahí puesto que yo ya rugía de hambre y tenía la curiosidad de probar la cocina de ahí.

Una de mis grandes sorpresas, fue encontrarme de Capitán de Meseros al mismísimo Cuadros, quien me atendía en la Chiluca cuando estaba en su mero mole. Me recordó a tal grado, que me ofreció lo de siempre: un Tequicheve con 1800!!!!!! Wow!!!!! Me dio mucho gusto verlo y más todavía verlo de capitán. No cabe duda que el esfuerzo siempre será premiado.

Bueno, pues llegó la hora de ordenar. Llegó un mesero a quien pedí un Glorioso Tequicheve (me valió madres la dieta) compuesto de Maestro Tequilero y Bohemia clara. Tic-tac, tic-tac.............. cuando menos le tomó 5 minutos darse cuenta que no había ni uno, ni otro. Cambié por Cuervo Tradicional (no puede fallar, por Dios) con Pacífico.... minutos después: no hay Pacífico. Un poquito bien encabronado, mejor le pregunté qué carajos había, a lo cual me respondió que Montejo, misma que llegó a temperatura de refri descompuesto. En fin, había que iniciar con la comida.

Pedí el carpaccio de res y un rib eye. Pregunté al caballero su opinión acerca del rib eye y su respuesta fue: no, no, no, no no.... No sabe qué bueno está. Pregunté: me lo recomienda un chingo?? Hasta dos!!!! contestó. Pues tráigalo, mientas mi pancita se retorcía por recibir sólidos.

Llegó el carpaccio de res. Coño, por dónde empiezo... Bueno pues al igual que me había pasado en el Barrio Norte, las láminas de la carne fueron cortadas en la víspera (la noche anterior) con lo cual logras que empiece con un proceso de oxidación en los bordes de la carne. Hasta ahí, todavía puedes rescatar el plato con un buen aderezo. Pero no!!!!! Tenía arúgula fresca de refri y lo mejor!!!!! Láminas de queso manchego (onda Caperucita) en vez de Parmesano Reggiano!!! un toquecito de Olivo y listo!!! Obvio, pedí al azafato que me diera pimienta, para lo cual, con ojos de "ah que pendejo es este gordito", me indicó que la pimienta se encontraba en la mesa. Amablemente le insistí en que la que le solicité, es la que sale de ese pinche aparato parecido a una macana, en cuya punta, tiene una cabeza que al torcérsele repetidamente, por el lado opuesto saldrá el producto deseado (Albur Waiver advertiría mi amigo Bedu).

Pues di cuenta con la mayoría del carpaccio, discriminando desde luego, la mayoría del queso Caperucita el cual pudo haber sido reciclado en quesadillas.

Llegó después mi Rib Eye. El primero, digo. Y es que lo pedí término medio y me trajeron lo que le sigue de cocidísimo. Llamé la atención de Sir Charles, quien con cara de "ooooohh my gooooooood" (Janice style, Friends) se llevó la carne para, seguramente recriminar al Sr. Chef.

Llegó el segundo. Ay, ay, ay, ay. Bueno pues la carne en sí estaba buena. Evidentemente se los entrega porcionado Excelencia Gastronómica y la calidad de la carne es muy buena. Pero hay que ser muy estúpido para partirle la madre a un buen trozo de carne. Y es que la técnica con la que está hecho el bisté es sauteé (salteado). Y también es de kinder saber que cuando la técnica de cocción de la carne es esa, debe de secarse perfectamente la carne antes de ponerse al sartén o plancha para que dore la parte de afuera; de lo contrario, el vapor del agua hará que el resultado sea como si se hubiera cocido la carne en agua. Asqueroso.

Y así fue, la carne salió término medio pegándole a tres cuartos, cocida como en agua, en donde lo rico de la grasita se convierte en algo vomitivo. Encima lo coronaron con mantequilla con ajo y mantequilla que al tener la carne ese tipo de cocción, solo se potencializa el ajo, iiiiiiiiuuuuuu.

Lo que sí es que la carne traía de guarnición un puré de papas delicioso, pero nadando en mantequilla.

Realmente no entiendo por qué los inversionistas no son congruentes. El lugar está verdaderamente increíble y una buena cocina lograría un éxito casi garantizado.

El lugar, para ir con los cuates y echar la copa, se me hace increíble. De hecho iré a festejar ahí y si me da hambre, saldré a cenarme un hot-dog de los de al lado del Reina.

Salud y una oda por el Abuelo!!!!!

Dulce Patria.

“Pa' qué tanto brinco, estando el piso tan parejo”. Dicho popular mexicano usado muy a menudo por la Libanesa.

Y bueno pues después de no escribir por un largo tiempo por falta de tiempo y con ánimo de ponerme al corriente con todos los reviews que tengo pendientes, les comparto mis impresiones de Dulce Patria, restaurante harto prometedor para el paladar de japoneses, gringos intrépidos y demás turistas curiosos.

El párrafo anterior es elocuente y en sí es una síntesis de lo que describo a lo largo de este review, así que los indignados por mi atrevida aseveración, es tiempo de que salgan de esta página y vayan a otra más interesante. Agradezco a los que permanezcan dedicándome unos minutos de su tiempo.

Pues bueno, la visita al restaurante fue el día de ayer con Ricardo Cata, abogado de origen cubano, de nacionalidad estadounidense, que se encontraba en la Chilangópolis para cumplir con una invitación hecha por mí con mi carácter de Presidente de la AMEDESEF: dar una conferencia acerca de las Class Actions en el gabacho. Y así, con ánimo de llevarlo a un restaurante impresionante escogí Dulce Patria, aprovechando la ocasión para conocerlo, pues en todas las oportunidades que tuve para hacerlo, siempre se apestaron.

Llegué al restaurante a las 19:00 horas y Ricardo, con puntualidad británica, estaba llegando también. Tenía hecha la reservación desde hace 15 días, misma que fue confirmada por la hostess del restaurante el mismo día. Y es que al tener la mesa reservada hacía 15 días, era para que me hubiera sido asignada una mesa bien ubicada. La que nos fue asignada, está en una pequeña terraza cubierta en donde NO se puede fumar, pero si entra el airecito helado, se oyen las mentadas de madre de Mazaryk y entra el humo de cigarro de los lords que componen el diestro equipo del valet parking. Es decir, que a veces el sacrificio que uno hace para fumar y que es soportar el ruido de la intemperie, aquí es un castigo inmerecido en donde no se recibe nada a cambio.

La verdad es que no quiero parecer viejito cascarrabias, pero cuando vas a un restaurante en donde te cobran mucho, cuando menos buscas que lo que recibes valga mucho la pena.

A nuestra llegada el restaurante estaba prácticamente vacío y al pasar el tiempo se llenó a reventar. El lugar está decorado con muy buen gusto, pero a mi parecer existe una discordia entre el concepto del lugar y su decoración. La música ambiental, se me hizo horrible (salsa y cumbia).

Llegó una mesera muy amable a quien pedí un Martini seco, con Grey Goose (estoy a dieta, así que Glorioso Tequicheve está prohibido). Algo hay de este lado del Río Bravo que los martinis (los tradicionales, vaya) nomás no se puede tomar uno bueno. En el Distrito Federal los he tomado excelentes en el Puntarena de San Ángel y en el San Ángel Inn (en ese orden), y nada más. Pues aquí el martini estaba ahí 2-2, además de que la copa martinera estaba bastante díscola, a comparación de los martinis de los otros dos lugares mencionados. En fin.

La misma mesera se aprestó a ver nuestros deseos culinarios, a lo cual le pedí las recomendaciones del día, así como la especialidad de la casa, a lo cual recibí la temida respuesta: “uuuuuuuuuy señor, es que aquí todo es buenísimo” y de ahí se arrancó con una cantidad de información impresionante, no sin antes preguntarme si como picante (de hecho sí lo hago, y mucho, pero no para degustar una cena gourmet). Confirmo que se sabe de memoria la carta, pero no es eso lo que distingue a un mesero de excelencia como pueden encontrarse en Tezka, Jaso o Bellinghausen, por ejemplo. Así que más buen tuvimos que seguir nuestro instinto.

Yo me aventé por una sopa de ejotes tiernos y un pato en mole oaxaqueño. Ricardo pidió una sopa de frijol negro con foi gras y un pescado que no recuerdo bien y no probé (obvio en comida de negocios no me pongo a compartir platos, además de que se vería muy puto). El resultado de mis experiencias con los platos, fue la siguiente:

La sopa de ejotes tiernos estaba deliciosa. El plato sopero es presentado en el fondo con unos ejotes blanqueados, unos granitos de elote me parece y tortilla en juliana. Después el mesero se encarga de llenar el plato con una jarrita monísima. Y sí, el sabor de la sopa era buenísima pero muy a lo Anton Ego, me hizo evocar a mi casa; a mi mamá que hacía unas sopas verdaderamente deliciosas.

En cuanto al pato con mole oaxaqueño, estaba servido en timbal con un plátano macho frito como en tripié; y realmente el plato estaba presentado perfectamente. El sabor del mole era muy bueno y el pato, pues también. Acompañar los bocados de pato con un poquito del plátano macho, lo hacían delicioso.
Me dieron unas tortillas para acompañar el pato, que estaban hechas a mano y verdaderamente exquisitas.
Maridé mi comida con un vino tinto Ensamble 2006, que le roncaba.

Y por más que me rasco la cabeza no puedo ser más elocuente con lo que me comí. Mis puntos de referencia honestamente pertenecen a la cocina mexicana que se da en otros lados: desde la casa de mi mamá en donde las sopas eran buenísimas, hasta el Club España de Xochimilco en donde me he comido el mejor mole oaxaqueño que haya probado en mi vida, después de haber probado el mole por todo Oaxaca y Puebla. Las tortillas hechas a mano del Mercado de Coyoacán, son algo excepcional.

Pero mi mejor referente de cocina mexicana, es un restaurante llamado Los Barandales en Cuautla (al entrar a Cuautla por la carretera Tepoz-Cuautla, dar vuelta a la izquierda hacia Yecapixtla y a unos 1500 metros, del lado izquierdo, ahí está) que nació de la improvisación de un garage como restaurante y sin grandes pretensiones, la comida es algo impresionante.

Así, probablemente la virtud del lugar sea justamente eso: concentrar en un mismo lugar la cocina mexicana con una excelente calidad, sin necesidad de estar yendo a casa de mi mamá e inmediatamente después ir al Club España de Xochimilco. Pero, el vuelo y el concepto que a mi parecer se le ha dado al lugar, es lo que no cuadra. Ni los precios, vaya.

Cuando comenté con Ricardo mi parecer, complementó mi comentario con un hecho similar que ocurre en Miami: hay restaurantes de comida cubana “gourmet”. Es decir, es una antítesis.

No puedo dejar de comentar que inevitablemente me vienen a la cabeza Paxia y Pujol. En ambos casos me parece que la concepción de la cocina junto con su aproximación a la gastronomía nacional, hace un todo congruente. El Bajío logra su cometido también.

Quiero dejar claro que cené muy bien; delicioso. No critico la cocina en sí. Mi opinión va más bien hacia la integración conceptual del lugar, en donde hay factores que no empatan entre sí.

A nuestra salida, confirmé lo que arriba mencioné: la mayoría de las mesas estaba compuesta por el anfitrión (mexicano, como yo) y los invitados extranjeros cuyas nacionalidades que pude detectar, eran asiáticos (japoneses y chinos), gringos y alemanes.

I have raised my case!!