El jueves pasado fue un buen día. Es de esos días en que todo se acomoda para curar el alma con gente a quien uno quiere bien; en donde no hay prisas y lo único que hay es el compromiso de sentarse a comer bien y con ayuda de unos buenos vinos, dejar que las cosas pasen solas. Así se acomodó mi tarde para irme a comer con mi hermano, amigo y compadre Cobián.
Mi compadre Cobián es un poco difícil para complacer en los lugares para ir a comer. Realmente es una garantía que le gustará el lugar, siempre y cuando el lo escoja. Así que me limité a sugerirle varios lugares que yo pensaba que podían satisfacer los gustos de ambos y bueno, coincidimos en que un buen lugar para visitar nuevamente juntos y después de hace ya muchos años, el Bros Oyster.
Fue factor fundamental para ir al Bros el hecho de que tienen una terraza para poder fumar, requisito indispensable para ambos; y que la concurrencia solía ser agradable a la vista. Pues lo ocurrido fue que la terraza está cómoda para fumar, nomás que hacía un frío que solamente se pudo quitar por un rato con una fuerte dosis de Glorioso Tequicheve (combinación de 7 Leguas y León, infalible). En cuanto a la concurrencia pues bueno, los recuerdos de hace ya varios años en donde el restaurante era un lugar concurrido por gente joven (30's-40's), pasó a la historia. En efecto, a un lado de nosotros estaba una mesa en donde el mas chavo tendría unos 75 años, hasta que llegó el festejado, que parecía el abuelito de todos los ahí reunidos. A nuestro lado, había un par de chamaconas que entre las dos sumaban no menos de 160 años y así. Dentro de la carta seguramente se incluyen pastillas de nitro para los infartos; además de dar descuento en Gayosso.
En fin, llegó la hora de pedir las viandas. De entrada, coincidimos en unos Pulpos a la Gallega. Pedí al mesero que en vez de ponerle vil sal de grano, pidiera al chef que pusiera sal maldon o fleur-de-sel, sin éxito. De hecho se me quedó viendo como si le hubiera pedido que se orinara en mis pulpos antes de que los trajera a la mesa. Y si, venían con vil sal de grano, un chingo de por cierto. El pulpo estaba razonablemente suave, bañado con aceite de olivo fresco y con el que había sido... frito???? Lo rociaron con paprika, que no pimentón y el resultado fue así nomás, pasable.
Yo además de la entrada pedí unos ostiones Bros que toda la vida se me han hecho una verdadera delicia. Son ostiones frescos recién extraídos de su concha (no los que venden en bolsa en los mercados de mariscos) puestos en un caballito tequilero y coronados con un poquito de cebolla picada, cilantro, picante y... no se si es Clamato o jugo de tomate. Se añaden unas gotas de limón, y se comen de golpe. La explosión de los sabores es increíble, pues la textura del ostión se confunde con el de la cebolla picada y se van liberando sabores conforme se mastica de un modo delicioso. La orden viene de 6 shots. Me encantan.
Después, los dos pedimos el grandioso Prime Rib. Hay varios cortes, desde el más delgado que deben de ser unos 200 gramos de carne, hasta el tamaño Flinstone que garantiza unos 700 gramos de carne. El corte es preparado en donde ponen la piaza completa del costillar en una bandeja, le ponen especias y sal de grano, hornean aproximadamente por 1 hr y 20 minutos y listo!!!!!
El sabor del Prime Rib es, sin duda, uno de los mejores del DF. Pero no puedo dejar de comentar que el tiempo de horneado es corto, para lo cual seguramente utilizarán una temperatura muy alta. Quedaría mucho mejor si redujeran la temperatura considerablemente a cambio de más tiempo en el horno. Cariño, se llama.
El corte es servido con espinacas a la crema que me supieron delicioso. El puré de papa que lo acompañaba también estaba de pocas tuercas. Es bañado finalmente con una buena cantidad de jugo o gravy que garantiza que cada bocado tendrá su dosis perfecta de balance de sebor. En cuanto a la calidad de la carne, me parece que es muy buena pero superable. En efecto, la concentración de la grasa era saturada y el marmoleo se antojaba poco. Como quiera que sea, el corte tenía el sabor esperado.
Acompañamos la comida con una botella de Ensamble. Vino fantástico que potenciamos a través del decantado y que le terminó de dar la temperatura y oxigeno necesarios para que el vino lograra su máxima expresión. Maravilloso.
El servicio del lugar es eficiente y los meseros se esmeran para que pases un rato agradable. El precio me parece que fue muy acorde a lo recibido. Barato definitivamente, no es. Pero cada peso que se pagó encontró una gran justificación.
Acabando de comer llegó Juan Caminador. Fue simple. Nos pusimos en sus brazos y nos llevó por el resto de la tarde, con un frío del carajo pero pasándola a toda madre.
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